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MediCómic de Silvia Muñoz |
No quiero ser médico. Hoy no.
Da igual cuántas horas (o años) hayas estudiado. Da igual que conozcas la anatomía, fisiología, etiología y patogenia de cientos de enfermedades. Identificar los distintos fármacos, mecanismos de acción o posibles interacciones no es relevante de cara al paciente. Nada lo es. Porque la labor del médico es hacer ciencia, y la ciencia no es justa ni hace milagros.
Mi abuela tiene celulitis (inflamación de la piel) por insuficiencia venosa en las piernas. Es una de esas enfermedades crónicas, poco graves pero muy molestas y sin una cura definitiva, y no sé si es por desconocimiento, esperanza o decepción, pero ha decidido sustituir la medicina tradicional por la naturopatía.
No estoy en contra del yoga, la meditación, las infusiones y las terapias alternativas. Creo que, en las debidas circunstancias, pueden ser de gran ayuda, siempre como complemento de la medicina tradicional y nunca como sustitutivo, pero unas gotas de extracto de pomelo no van a curar una infección.
A mi abuela ya no le duelen las piernas. Está encantada. Claro que no le duelen. Se me revuelve el estómago y el olor a infección me abofetea cuando me las enseña. La piel resquebrajada y agrietada, dejando asomar la carne viva bajo una capa de pus, con los bordes negros, necróticos, muertos. Claro que no le duele, ya no tiene piel que le pueda doler.
Pienso en la naturopatía. En la bolsa llena de frascos con extractos naturales y complementos alimentarios que le han vendido a mi abuela. En su negativa a tomar antibióticos. Miro mis apuntes de dermatología y no sé cómo procesar la rabia, la impotencia y la frustración. Hoy no quiero ser médico, porque la labor de los médicos es hacer ciencia, no milagros, y contra el arte de vender magia no hay quien compita.
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