Ayer comencé las prácticas en el servicio de otorrinolaringología (ORL) y entré por la puerta grande. A media mañana llamaron de urgencias: un hombre se había cortado el cuello con un vaso roto y requería cirugía inmediata. Cuando llegamos al box la otorrino de guardia intentaba frenar la hemorragia de la enorme boca accesoria, sangrante e irregular, que atravesaba el cuello del paciente de lado a lado. Pero no era la única herida que tenía nuestro recién llegado. Estaba cubierto de hematomas y tenía múltiples fracturas, pues hacía apenas unos días que se había tirado desde un tercer piso con la misma finalidad que en esta ocasión: morir.
Las palabras 'ponte el pijama' y 'lávate' que deseaba oír cada mañana de rotación en Cirugía General esta vez me hicieron temblar.
Como todos los quirófanos estaban ocupados tuvieron que parar una intervención para poder operar a este pobre hombre. La herida resultó ser superficial, parece que degollarse es más complicado de lo que hacen ver en las películas americanas.
Mientras los cirujanos cosían y yo cortaba hilos no podía parar de pensar si todo ese revuelo tenía sentido. Puede que no lo entienda y desconozco sus razones, pero ese hombre quería morir. Lo había intentado la semana anterior y los cirujanos generales lo habían 'rescatado'. Lo había vuelto a intentar y esta vez los 'rescatadores' eran los otorrinos. Independientemente de su voluntad, cada vez que entraba por la puerta de urgencias el personal sanitario al completo dedicaba toda su energía a salvarlo de la muerte, cuando él lo que quería era salvarse de la vida.
No lo conseguía y seguía sufriendo.
Lo seguirá intentando, hasta conseguirlo.
O no. Quién sabe. Ojalá me equivoque. Ojalá el tratamiento psiquiátrico sea efectivo y su humor y perspectiva cambien. Ojalá empiece a apreciar lo que tiene, a luchar por lo que no y descubra así que el simple hecho de vivir merece (o al menos puede) ser disfrutado. Ojalá sea feliz en vida y no necesite recurrir a la muerte, pero la determinación humana es estúpidamente infinita y, de todas formas, quién soy yo para juzgar.
Ojalá te salves.
Las palabras 'ponte el pijama' y 'lávate' que deseaba oír cada mañana de rotación en Cirugía General esta vez me hicieron temblar.
Como todos los quirófanos estaban ocupados tuvieron que parar una intervención para poder operar a este pobre hombre. La herida resultó ser superficial, parece que degollarse es más complicado de lo que hacen ver en las películas americanas.
Mientras los cirujanos cosían y yo cortaba hilos no podía parar de pensar si todo ese revuelo tenía sentido. Puede que no lo entienda y desconozco sus razones, pero ese hombre quería morir. Lo había intentado la semana anterior y los cirujanos generales lo habían 'rescatado'. Lo había vuelto a intentar y esta vez los 'rescatadores' eran los otorrinos. Independientemente de su voluntad, cada vez que entraba por la puerta de urgencias el personal sanitario al completo dedicaba toda su energía a salvarlo de la muerte, cuando él lo que quería era salvarse de la vida.
No lo conseguía y seguía sufriendo.
Lo seguirá intentando, hasta conseguirlo.
O no. Quién sabe. Ojalá me equivoque. Ojalá el tratamiento psiquiátrico sea efectivo y su humor y perspectiva cambien. Ojalá empiece a apreciar lo que tiene, a luchar por lo que no y descubra así que el simple hecho de vivir merece (o al menos puede) ser disfrutado. Ojalá sea feliz en vida y no necesite recurrir a la muerte, pero la determinación humana es estúpidamente infinita y, de todas formas, quién soy yo para juzgar.
Ojalá te salves.
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