Ilustración de Paula Bonet |
El primer día que oí a los cirujanos hablar de temas ajenos a la intervención que estaban realizando me sorprendí mucho. Luego asumí que estar de ocho a tres encerrado en un quirófano, en una laboriosa tarea de "corta y pega" visceral, puede resultar tedioso, y conversaciones mundanas sobre fútbol, cine, viajes y el tiempo amenizan el ambiente. Y sí, también hablan de medicina. De casos clínicos curiosos, interesantes, difíciles o que impresionan. De la cirugía de obesidad del quirófano de al lado, de la mastectomía que le han hecho a una chica de 27 años con BRCA positivo o de la joven de 22 con un tumor cerebral...
Supongo que era cuestión de tiempo que reconociese uno de esos casos. Que reconociese un nombre que en realidad nadie llegó a pronunciar. Puede que no me lo esperase, que me quedase congelada en el sitio creyendo que era un malentendido, que estaba equivocada, que no podía ser. Puede que entrase en taquicardia mientras seguía llegándome información por los cinco sentidos que yo era incapaz de procesar. Puede que en ese momento me sintiese paralizada, o que me temblasen las rodillas, o que los ojos se me inundasen de lágrimas incrédulas y confusas y de la necesidad de salir corriendo de esa habitación de puertas metálicas y paredes verdes.
Puede que me pareciese irreal, como algo que ves en la pantalla de la televisión o una escena que describe una voz en off.
Puede que todo eso pasase. Y es que todo eso pasó.
'Yo sé quién es, yo sé quién es, yo sé quién es...'
Mientras los demás seguían hablando de forma completamente impersonal yo no dejaba de pensar que conozco su nombre y apellidos, su edad y fecha de cumpleaños, lo que estudia, sus aficiones o incluso los nombres de sus padres. Sé mucho más sobre el paciente que comentaban que cualquiera de ellos, pero todo lo que sé no sirve de nada. Como tampoco sirven de nada las horas que pasamos jugando en la piscina o las múltiples riñas y risas infantiles. Y que ya no tengamos relación no impide el golpe ni frena el impacto, lo que es más desconcertante aún.
La ignorancia es una barrera que te protege, evita que te impliques, impide que te afecte. El desconocimiento permite que no reconozcas la vida que esconde tu paciente detrás de su historia clínica. Esa carpeta azul llena de notas, fechas, fármacos y firmas, que pasa de mano en mano y cuyo lomo recibe el nombre de una habitación concreta -ajena a lo que guardan sus camas-, almacena los datos mínimos y estrictamente necesarios para tratar a un paciente. Todo lo que sepas a mayores es responsabilidad tuya, tú decides hasta dónde quieres saber. Excepto cuando ya sabes, y es entonces cuando preferirías vivir en la ignorancia.
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