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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Goteo

Desazón de Silvia Muñoz Estoy cansada. Agotada. Exhausta, más bien. Tengo la suerte de no ser un ficus durante las prácticas. Lejos de sentirme como un elemento inútil y meramente decorativo que dedica su mañana a la persecución interminable de un médico de verdad, soy casi como un residente de primer año en el servicio de medicina interna y me siento afortunada por ello. Asisto a sesiones, paso planta, exploro pacientes, escribo evolutivos, ayudo con las altas y hablo con los familiares. Se podría decir que trabajo o, al menos, ‘trabajo’. Y como buena e inocente novata que soy me llevo el trabajo a casa. No es algo consciente, no es voluntario. Sólo estoy distraída. Abstraída. Ausente. A la hora de comer, cuando intento descansar y mientras hago como que estudio el examen de la semana que viene, lejos de centrarme en lo que estoy -o debería estar- haciendo, mis neuronas se dedican a intercambiar información y discutir términos médicos con la misma intensidad que los adjunto

Qué bonita

Ilustración de Florian Meacci Qué bonita. La vida, digo. Qué bonita. Y qué traicionera. Y qué poco nos fijamos. Igual por eso, a veces, es tan mala. Para hacerse notar. Como cuando a una joven de 34 años que se ha caído y le duelen las costillas le descubren un cáncer tan inesperado como avanzado, tan mortífero como silente, que no la dejará cumplir los 35. O cuando a una mujer de 70 completamente independiente le implantan una prótesis que se infecta y se complica. Y se recambia y reinfecta y recomplica y no podrá volver a caminar. Ni a bailar con su marido, porque además se ha quedado viuda. O cuando a un hombre de 50 años le diagnostican un Parkinson. O un Alzheimer. O a los 20 un linfoma. O un tumor cerebral. Qué más da. Qué bonita. Qué mala. Qué triste. Qué mala. Pero qué bonita. Y qué poco la aprovechamos.